viernes, abril 14, 2006

Chica de la Quinta


El fenobarbital es excelente. Induce a una embriaguez plácida, ni se dan cuenta cuando. Un sorbo y ya, la combinación infalible: empiezan a mostrar, a sentarse de modo que el jumper se levante un poco más; he ahí los muslos, quiero ver que hay más arriba, la verga me hace cosquillas y sólo pienso en tirármela como sea, encularla, lamerle el chocho, lo que sea, maldición; encularla y que diga que no hasta pedir a gritos sí, ¡sí!, ¡SÍ! Como siempre, todas las formas de decir sí tienen como antecedente un no, un no que me impulsa por una fuerza irresistible de obstinada tozudez a transmutar en un sí que desate todo mi odio. Siento simpatía por los no y ninguna por los sí, cosas de la eufonía o de la costumbre de los no después de tanto tiempo de decir a todo que sí. El negar todo como un afirmarse a sí mismo, en el nihil. La nada es completamente obscena: muestra absolutamente todo. Con copete es más fácil, y fenobarbital, pentotal o escopolamina. El trihexifenidilo también sirve.
Y desde ahí mismo la veo sacudirse el pelo y posar su mano en su regazo, y la mirada asciende por las pantorrillas y luego los muslos, inmiscuyéndose en los calzoncitos blancos. ¿Estas perras creerán que un calzón blanco la vuelve instantáneamente puras? El verlas gritoneando por el mino de turno, babeándoles la concha y haciéndose cargo de aquel asuntillo refregando los labios y la pepitilla, llevando los dedos a la punta de la lengua, saboreándose a sí mismas: ahí les entra como espina de cacto la posibilidad de probar otro flujo y de proponerle a una amiguita un método de prevención del cáncer de mamas bajo la ducha –así me enseñó mi mamá-. Tras la clase de educación física, una le enseña a la otra a autopalparse, comparando las turgencias: color de la aureola, medida de pezones y la cintura y no puedo evitar pegarme a tus caderas y magrearte, escarbando con dedo ágil, gatillándote un volcán. La fantasía de hacerla gatear por el piso. Dos botellas vacías y otra no tanto. La sonrisa boba, se caga de la risa respecto a cualquier estupidez que se me ocurra, cagada de la risa, aferrada a mi brazo izquierdo, tambaleante; las otras pendejas gritándole: “¡chao, chica de la Quinta!”. Me porté demasiado encantador, repugnantemente lameculos. Podría decirse que ella se consideraba afortunada; sólo se la habían follado en lugares públicos y sólo un par de veces. Una de esas ocurrió justo por aquí, tipo siete de la tarde en un día de junio por un perfecto gilipollas que se tiró unas siete u ocho embestidas antes de acabar espasmódicamente entre sus piernas, sin darle tiempo ni para alcanzar a pensar en el amor. Nunca más lo vio, se le caería la cara de vergüenza si sucediera tal cosa. Sobria, siempre se avergonzaba de las voladas que hacía cuando estaba borracha y esta vez sí que lo estaba, balando en cuatro patas como una cabra y arrancando el pasto con sus uñas aunque, para una chica como ella esto tiene… si, algo de aventura romántica; sería montada en total y completa privacidad, con tiempo, sin prisas. Quizás se sentirá amada, no lo sé, ni idea. Probablemente, esta vez abra las piernas con gusto y no haga ni siquiera una muequita de asco antes de chupar la verga ofrecida, posiblemente permita que se corran en su boca y mostrará la lengua pringada de semen, semen por la comisura de la boca, semen en lento desliz por la barbilla hasta refugiarse en el nerviosismo de sus tetitas, hechas para la galantería de los besos como para la locura de la navaja.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

la version z del maestro kaposai chileno, o un perverso hombre atraído por pendejas, o simplemnte un ciudadano comun con el estímulo adecuado
Nikolás

11:09 p. m.

 
Blogger Natalia Gonzalez said...

Es a lo menos estimulante ver tus relatos.

Es a lo menos exitante.

Pero yo no me esperaba menos.

Y tampoco me sorprende que hables de mujeres.


Saludos varios
Saludos con cariño y admiracion

Nata

1:33 a. m.

 

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