jueves, junio 22, 2006

Por Lonquén





Lo posible versus lo imposible. Lo posible, representado por las pistas para ubicar el rostro de la historia que me había conmovido hasta los huesos la primera vez que la oí. Una de varias. Una mujer común. Si la hubiese visto por la calle con una bolsa, pensaría que viene de la feria del sector llevando la cebolla y el zapallo para el puchero típico de este sitio chileno; es más, ni me hubiera importado quien cresta era. Ni una de sus arrugas me llamaba la atención, hasta que recordé ciertos rasgos muy sutiles en sus ojos. El recordar sutilezas nunca ha sido una de mis habilidades y esta vez lo logré, hecho que hizo redefinir en mi historial lo imposible; sin querer, rompí una plusmarca personal. Dentro del entrecruce de las variables, la que menos podía ser realizada era la de encontrar una buena ocasión para hablar con la viuda y, por supuesto, la excusa para tal fin, porque quizás esté cansada de hablar del tema –temo que todos los que acuden a ella pasan por el tópico de los hornos- y no tenga ganas de hacerlo nunca más, menos con un idiota como yo. También tengo temor que se percate de este detalle –el de ser un perfecto baboso- demasiado rápido para que yo pueda sonsacar lo que he venido a buscar aquí. Ella también participó de una búsqueda. Busquémonos. Encontrarse. Primero hay que perder algo. ¿Se puede perder todo y seguir vivo? Las ganas de ganar: he ahí la voluntad de poder, poder joder hasta dar con lo que se espera, la búsqueda, el objetivo.
Difícil ser objetivo cuando es un hijo el objeto de tu búsqueda, me dice. Es cuando todo lo que tienes como cierto es desarmado radicalmente día a día. Uno da por supuesto que serán los hijos quienes te arrojen el primer puñado de tierra cuando marches para el patio de los callados. Te preparas para la muerte de tus padres, hasta para la del marido, pero un hijo… Es difícil ser madre en estas condiciones. No hay frente que besar ni bendición que otorgar antes que salgas de la casa, para que no te pase nada. Me duele que todas esas bendiciones que le di –y que él me pedía antes de salir a clases- no surtieran efecto. Me quise rebelar contra Dios; le preguntaba por qué no cuidó a mi niño, por qué no me lo trajo de vuelta, tantas cosas, tantas preguntas que hacerle cuando Lo vea.
Tiendo a pensar en matarme, pero esto ya no tiene sentido; mis tragedias –después de compenetrarme en el relato de esta señora- me parecen frívolas. Bajo la mirada, evito firmemente llorar, y además trato que esta evitación pase desapercibida: me niego a que mi cobardía sea tan evidente.
La noche que lo pasaron a buscar fue bastante fría: era octubre. Primavera de flores en todas las lápidas; a lo largo del país, todas las flores son para los muertos. El paco que lo llamó era conocido de la familia, varias veces tomó desayuno aquí, en esta misma mesa. La fabricó mi marido, mire, es re firme; ha durado más o menos 34 años. Es lo único que lo recuerda de modo visible en esta casa, ya no quedan fotos del hombre que. Un llanto sordo, una lágrima por los recuerdos gratos y los dramas vividos. Le extiendo un pañuelo desechable que compré en el Parque O’Higgins antes de venir hasta acá, un vaso de agua con azúcar ayuda a pasar el hipo de la pena. Santo remedio.
-El sargento me pidió disculpas, pero decía que era un trámite rápido, que lo solicitaban en la comisaría un ratito y nada más, que él no era como esos marxistas, que era un buen cabro y que nada le podía pasar; le doy mi palabra… Pero abrígate un poco, le dije, me acuerdo que le pasé un chaleco café clarito, grueso, punto garbanzo lo tejí. Y no lo vi más.
Recuerdos. Pregunté por él en todos lados, nos juntamos todas las vecinas –en este callejón todos tenían a alguien que reclamar- y fuimos p’a allá y p’a acá y siempre nos decían que no se sabía nada de ellos, que nos dejáramos de hinchar pelotas, que se escaparon y les aplicaron ley de fuga, deben andar en Argentina o en el norte o el sur con alguna querida. Nunca nadie perdió las esperanzas de encontrarlos: en el Estadio Nacional, Tejas Verdes, Cuatro Álamos o donde fuera, por ahí siempre estuvimos, apretando una foto de ellos junto al pecho como para que nos diera fuerzas. Nunca pensamos que los podían haber matado ¿por qué habrían de hacerlo? Si no eran ná delincuentes, sólo trabajadores que se partían las manos todos los días ganándole la partida a la tierra. Estudiantes. El hijo de. ¿Alguien de 16 años puede ser un peligro para la seguridad interior del estado? Con lápices, cuadernos y risas. La cara llena de risa, despeinada: la foto que atesora.
1978. Nos avisan que encontraron unos cuerpos en unos hornos de cal. Pueden ser ellos. No, que no sean. Algunos esperaban que sí, que de ese modo podríamos descansar, que al menos volveríamos a verlos. Estaban amarrados con alambre de púas, baleados por todos lados, si parecían colador p’a los tallarines… se ensañaron con ellos, pero ¿por qué? Nunca creí que tanta maldad era posible. No, señor. Se armó un comité para averiguar que pasaba, aunque todos estábamos seguros que eran ellos, una como mamá sabe cuando la carne que le costó parir se ha ido: a una le duele el corazón, como si se lo apretaran con una mano de hielo. Pedimos ir a reconocer sus cuerpos en el Servicio Médico Legal. Con mezcla de alivio y desesperanza nos metieron a una sala. Nosotros creíamos que nos iban a mostrar unos cuerpos, pero no. Ahí estaban sólo sus ropas en camillas de aluminio, con unos números a los pies. Ropa con las huellas de las balas, sucias, deshaciéndose. Me tocó ver y recorrí el pasillo del pabellón hasta que encontré. Era el número 5. Es mi hijo. ¿Es este, reconoce la ropa? ¿Segura? ¡Pero cómo no la voy a conocer, si es mi hijo! Yo lavaba esa misma ropa todos los días, cómo no voy a estar segura… Y me fui del lugar sintiendo el dolor que me acompaña hasta ahora, si algunas veces creí que me iba a volver loca, porque esto es algo que jamás se pasa ¡Si era mi hijo! ¡A mí me costó parirlo! Y me lo mataron.
Algo en mí me indicaba que estaba frente a alguien que abofeteaba mi ligereza. Y yo que pensaba que mi compromiso político era por ideales. Ahora lo sé; uno tiene un pensamiento político por realidades, por cosas como estas. El Nunca Más tiene sentido universal cuando Uno Mismo es El Otro también. Cuando se hiere a uno es una amenaza hecha a todos. Y cuando lo hace un Estado a un chico de 16, cuando se tortura, se asesina, cuando…
-No nos querían entregar los cuerpos en el SML, así que hicimos una huelga de hambre en la Catedral, que unos meses antes se había llenado de tope a tope cuando les hicieron un responso en ausencia. Habló el Cardenal. Nos ayudó mucho el padrecito Raúl a dar la lucha por recuperar sus huesitos. Nos iban a entregar sus cuerpos, lo habíamos conseguido. Todo estaba preparado para sepultarlos aquí, los milicos querían que lo hiciéramos en Santiago; nos negamos. Pero estos desgraciados no tenían freno: sacaron los huesos en bolsas de basura desde el SML y los llevaron hasta la huesera del cementerio, y las vaciaron. Nunca pudimos darles una sepultura, yo quería enterrar a mi niño junto a su padre, que murió de pena esperando que volviera. Cada vez que llamaban a la puerta mi marido pensaba que podía ser el niño que volvía. Volvió, sí, volvió a entregarse en un abrazo amoroso en sus huesos que comparten con otros, anónimos, la tragedia que tiene nombres: víctimas y culpables tienen nombre. Un abrazo a todos los que desaparecieron y se funden en el mismo dolor.